domingo, 12 de julio de 2015

Deuda



Te debo unas cuántas partes del alma rotas,
te debo un par de sonrisas y cientos de lágrimas,
te debo una ilusión desesperanzada.

Te debo esta falta de ganas,
un persistente resentimiento
y un constante desasosiego.

A veces, me odio
porque te debo el arrepentimiento
de haberte entregado lo mejor
aun sabiéndolo desvalorado.

Te debo éste par de ojos hinchados
que las lágrimas han achinado
y la alegría los ha abandonado.

A veces, te odio
porque te debo
éstas largas noches de insomnio
y la indecisión de quedarme o mandarte al demonio.

Te debo todos los arrebatos
que con la excusa de amarte tanto
me dejaron miseria emocional
y hecha inútiles pedazos.

Incluso, te debo
mis mejores y peores escritos.
Los que van cargados  de rabia y dolor
y los que reflejan amor e ilusión,
los favoritos del lector.

Confieso que te debo
cerrarle las puertas al amor,
querer ser inmune a la ilusiones
y no volver a quebrarme
por unos ojos infames.

Te debo la tristeza
que me va partiendo el alma
cada vez que recuerdo la sorpresa
de haber encontrado la certeza
de que me olvidaste
mientras me servía en tu mesa.

Te debo el rencor
y las ganas de olvidarte,
el deseo de borrarte
y de nunca más encontrarte.

Pero, sobre todo,
te debo la fortaleza,
que la decepción de haberte amado,
me da para olvidarte,
aun teniéndote a mi lado.