Te debo unas cuántas
partes del alma rotas,
te debo un par de
sonrisas y cientos de lágrimas,
te debo una ilusión
desesperanzada.
Te debo esta falta de
ganas,
un persistente
resentimiento
y un constante
desasosiego.
A veces, me odio
porque te debo el
arrepentimiento
de haberte entregado
lo mejor
aun sabiéndolo
desvalorado.
Te debo éste par de
ojos hinchados
que las lágrimas han
achinado
y la alegría los ha
abandonado.
A veces, te odio
porque te debo
éstas largas noches de
insomnio
y la indecisión de
quedarme o mandarte al demonio.
Te debo todos los
arrebatos
que con la excusa de
amarte tanto
me dejaron miseria
emocional
y hecha inútiles
pedazos.
Incluso, te debo
mis mejores y peores
escritos.
Los que van
cargados de rabia y dolor
y los que reflejan
amor e ilusión,
los favoritos del
lector.
Confieso que te debo
cerrarle las puertas
al amor,
querer ser inmune a la
ilusiones
y no volver a
quebrarme
por unos ojos infames.
Te debo la tristeza
que me va partiendo el
alma
cada vez que recuerdo
la sorpresa
de haber encontrado la
certeza
de que me olvidaste
mientras me servía en
tu mesa.
Te debo el rencor
y las ganas de
olvidarte,
el deseo de borrarte
y de nunca más
encontrarte.
Pero, sobre todo,
te debo la fortaleza,
que la decepción de haberte
amado,
me da para olvidarte,
aun teniéndote a mi
lado.