lunes, 10 de agosto de 2015

Historia sin fin.

De angustias y dolores
una vez,
se basó una vida
que entre amor y sonrisas
arrastraba agonía.

La ceguera abundaba
y, entre ella,
un par de sonrisas
que disimulaban
otro par de lágrimas.

Trémulas ilusiones
afloraron el desasosiego;
más otoño en primavera
e hipotermia sin invierno.

Historia sin fin
de emociones suscitadas,
alegrías escabulladas
y en dolores abrazada.

A lo largo de éste tramo,
la memoria es un mal trago;
el recuerdo, desconsolado,
muere siendo olvidado.

Se asemejan
los días y las noches,
sin sueños y sin escotes.
Soledad, sola en la cama,
es todo el panorama.

No termina,
querido dolor,
ésta melodía sin pasión.
Esperemos, pues,
que llegue a la imaginación
otro amor con más color.

sábado, 8 de agosto de 2015

Confesión

Hay un amanecer en cada una de tus sonrisas
y una apacible melodía en el tono de tu voz.
Tienes esa mirada que hipnotiza
y una presencia más resplandeciente que el sol.

Aun cuando no estás, te siento:
hay una brisa que lleva tu olor.
Hace falta que estés más que en sueños
pero, encarnas tantos que, a la vez, no.

Tienes la cortesía de darle alegría a mis días
y un par de técnicas para robarme la cabeza.
Tienes la fineza de sonreír mientras me besas
y unos brazos que revelan trémulas lenguas.

Más tarde que temprano, tendré que confesarlo:
Mis sentidos vas doblegando…
aun cuando mi cuerpo, intacto de tus manos,
vuela mis nervios para precipitarse en tus brazos.

lunes, 3 de agosto de 2015

La segunda parte de una eterna historia

A medida que cae la noche
se acrecienta tu ausencia,
aumentan mis tristezas
y la soledad,
adopta su mayor aire de grandeza.

El final del día
se apremiaba
cuando entre caricias
me contabas con tanta energía
tus aventuras y manías,
robándome cientos de sonrisas.

Y, asimismo,
el cansancio se esfumaba,
los malos ratos se olvidaban
y nos fundíamos, irremediablemente,
bajos nuestras sábanas,
con absorta indiferencia
de la hora y las tareas
y con plena conciencia,
de esa unión perfecta.

Descubrimos amaneceres
con más brillo y placeres,
embelesos y florecientes
al borde de nuestras pieles,
cada que una caricia
nos daba la bienvenida
a un nuevo día.

La mañana,
con desayuno y café en la cama,
era el inicio perfecto,
de ésta historia despreocupada,
pero con más profundidad
que cualquiera de las pasadas.

Y como siempre,
al llegar la noche,
la luz de la luna,
atravesando la ventana,
le ponía la cereza,
a la inolvidable maravilla,
de que acompañaras mi vida.

Muchos años han pasado
desde que ya no estás en éste lado,
la vejez o el destino,
te robaron de mi camino,
y en la inexorable fuente,
de mi abrupta memoria,
los días y las noches
aún tienen tu aroma.

Y es que, a pesar de tu ausencia
hay un núcleo de acero
que mantiene mi conciencia
erguida y frenética
recordando tu presencia,
aunque exhausta de tristeza,
de mil vueltas en mi cama,
y acabe mortificada.

Pero, sigue ésto
sin ser excusa válida
para dejar de abrazar
tus recuerdos en mi almohada,
mientras la tuya la mantengo
intacta, con desespero,
para que conserve
el aroma de tu cabello.

Un bastón sostiene mi cuerpo,
y una vieja silla
se mueve bajo el anhelo
de que llegue el día
que nos reúna de nuevo;
seguiré siendo la que te cuenta
un par de tristes cuentos
que me dejaron los desvelos,
desde aquel momento
en que tus abrazos congelados
volaron a un nuevo cielo.

Y tú serás, de nuevo,
quién con aires frenéticos,
me devuelvas en instantes,
las sonrisas faltantes
en los ratos sin tus besos,
contándome las anécdotas
que has vivido en esa gloria,
en la que empezará,
sin tristeza en la memoria,
nuestra segunda eterna historia.