domingo, 28 de agosto de 2011

Mi primera vez conmigo misma.

Mi corazón latía muy rápido. No estaba acostumbrada a sentirme así pero, no lo podía evitar.  Tenía miedo, sentía que estaba mal. Nadie me había hablado de esto antes. Era una niña, no sabía qué era.  Y, realmente, no sabía qué hacer. Sentía un temblor en mi cuerpo, quería seguir, quería parar. Si paraba, me desesperaban las ganas; si seguía, me aceleraba mucho más. Mi respiración se hacía densa, entre rápida  y lenta a la vez, difícil, sonora y muy necesaria. No sé por qué, pero comenzaba a sentirme culpable. Si nadie me había hablado de estas sensaciones es porque era algo malo, ¿verdad? Pero, se sentía culpablemente divino.
Mi cabeza estaba llena de imágenes. Imágenes que siempre evitaba pero que, hoy, no daban lugar al control. Mis manos, frías por los nervios, recorrían tímidamente algunas partes de mi cuerpo, lo que aumentaba mi tensión, mi curiosidad y mi jadeo al respirar. ¿Qué provocaba que mi cuerpo se sintiera eléctrico, libre de la razón y tan exquisitamente caliente? Podía sentir cada latido de mi corazón en todas partes. Sí, en todas partes. En esa parte en especial, mi corazón parecía hacer de las suyas. O, no sé si era mi corazón, pero latía a su ritmo, como si él hubiese bajado y se hubiese ubicado en ése misterioso lugar. Era como si, de repente, allí  estuviera el control de mis actos. Como si yo actuara al ritmo de sus latidos en busca de más; como si tuviera el control de mis manos. Manos que se morían de curiosidad y de ganas de tocar y sentir más allá. De tocar ese lugar.
En mi boca, mi saliva se hacía más espesa; mi lengua se movía, como ansiosa por salir, por sentir los labios, por recorrerlos. Sentía pena conmigo misma. Era la primera vez que dejaba fluir estas emociones, estas sensaciones, este deseo. No sabía lo suaves que se podían sentir mis labios; me provocaba morderlos, saborearlos, mojarlos, sentir su grosor y su textura. Y, ellos, a su vez, querían otros labios, húmedos; otra lengua que los recorriera, suave; un beso intenso, que calmara su ansiedad. Incluso, con mi dedo, quise sentirlos, presionarlos, acariciarlos; un dedo que curiosa e inevitablemente se desplazó dentro de mi boca para jugar con mi inquieta lengua, que parecía pedir a gritos un poco de acción. Sentía vergüenza, aunque nadie me veía. Y, ése temor que recorría mi cuerpo me incitaba a buscar maneras parar sentir más y me hacía ignorar esa voz que gritaba que aquello podía estar mal.
Figuras desnudas, labios húmedos, manos que recorrían cuerpos brillantes de sudor, gestos de deseo, de placer, jadeos y gemidos azotaban mi imaginación y estremecían mi cuerpo cuerpo, del que cada vez tenía menos control para sumergirme en sensaciones indescriptibles y nunca antes experimentadas. No podía detenerme ya a pensar. Sólo dejaba a mis manos curiosear y descubrir qué partes sentían más su tacto.
Descubría, entonces, cómo en mi cuerpo se concentraba esa electricidad, ese deseo, esa necesidad en partes específicas. Partes que temía y deseaba tocar. Partes que parecían cobrar vida propia, con exigencias y necesidades propias. ¿Me atrevería a complacer a mi cuerpo en lo que me pedía? O, ¿iba a parar? ¡No! No quería parar. Esas sensaciones me envolvían, me estremecían, me desesperaban… me excitaban. Sí, eso era. Estaba excitada, muy excitada. Me sentía caliente, me sentía vibrar, me sentía mujer, sexy, sensual… sexual.
No sé en qué momento decidí quitarme la ropa, simplemente lo hice. Lentamente, sintiendo la emoción, la expectativa, el calor. Me dejaba llevar, me acariciaba, me descubría, me disfrutaba. Aunque, mi ropa interior no la pude retirar... Con calma, no me tenía que presionar. Sabía que muy pronto llegaría el momento para eso, mi curiosidad no me iba a dejar prolongarlo mucho. Y, sin embargo, noté que prolongar ese momento me excitaba más. Era como el premio final, quería dejarlo hasta que no lo pudiese contener más.
Si al principio no sabía qué hacer, ahora mi cuerpo parecía enseñarme. Me guiaba como si siempre hubiese sabido con exactitud los pasos para llegar al límite de mis emociones. Mi temor parecía ir en una montaña rusa, a veces se calmaba y a veces me paralizaba. Sobre todo en esas oportunidades donde me atrevía a explorar un poquito más.
Dejé que mis manos tomaran el control, dejé que mi cuerpo las guiara a través de sus deseos, dejé que mis jadeos se escucharan un poquito más, dejé a mi corazón latir arrebatadamente, arriba y abajo. Estaba segura de que no iba a parar, estaba impaciente por descubrir más. Y, aunque me asustara, sabía que lo iba a disfrutar.
Sentí miedo al tocarlos; los observaba, se veían grandes, tan redondos, provocativos. Mis manos no eran suficientes para tomarlos, pero lo que sentían ellos era suficiente para querer hacerlo más. Los tomaba suave, los conocía; los tomaba más fuerte, me estremecía. No sabía que me podían gustar tanto, ¡eran míos! ¿Por qué no los iba a disfrutar? La sensación de tenerlos me agitaba cada vez más. Descubría la lujuria en una caricia muy íntima y personal. Y, había algo en ellos que llamaba más mi atención. Una pequeña parte que podía sentir al acariciarlos, una parte muy sensible pero que se sentía más aguda y dura en comparación con lo demás; me entretuve jugando ahí, notando cuánto me hacía sentir… Me tocaba arriba y sentía abajo. No lo sabía explicar pero sabía que me encantaba.
Me enfrentaba a algo diferente, y, por muy absurdo que parezca, me resultaba atemorizante. Pero, todo aquello que, de repente, aclamaba que me detuviese porque creía que estaba mal, me encendía más, me provocaba más. Esa mezcla entre no debo pero qué bien se siente recorría todo mi cuerpo y avivaba cualquier sensación con un fuego indescriptible. Mientras más me decía no lo hagas, más quería hacerlo. Y, mientras más quería hacerlo, más sentía y más pedía mi piel. Estaba maravillada al descubrir cómo mi cuerpo también podía controlar mi mente y cómo mi mente le daba tanto placer a mi cuerpo.
Pero, aún me faltaba algo que quería probar. El simple hecho de imaginarlo hacía que mi frente se perlara tras el asomo de un sudor proveniente de esa mezcla de sensaciones que me producían tanto calor. Mi inquietud aumentaba, mi corazón parecía incapaz de quedarse dentro de mi cuerpo jadeante en busca de un placer mayor. Mis manos comenzaron a bajar, lento, atemorizadas, ansiosas… Sentía que me quemaban a su paso. Se frenaron de ipso-facto en mis caderas. Mientras ellas se preguntaban qué iban a encontrar en aquel lugar, yo sentía que algo en medio de mis piernas iba a explotar. Cada latido de mi corazón se sentía allí con más fuerza, con más calor, tan rápido, tan sofocante… No había nada que pudiera controlar eso. Parecía tener más poder y más fuerza que mi mente.
Decidí bajar una de mis manos. Acariciarme ahí suavemente… Pude sentir, sobre mi panty, que estaba muy caliente. Yo sentía su calor en mis manos y ella sentía el calor de mis dedos. Una sensación que creí me iba a volver loca. Mis dedos se desplazaban de forma lineal, ejerciendo más presión, hacia arriba y hacia abajo. Cuando hacía eso no podía respirar. Sentía que todos mis músculos se contraían, notaba cómo, lo que ella, sentía se extendía poco a poco por todo mi cuerpo.
¡Tenía que volver a respirar! Si antes creía que mi corazón estaba acelerado, ahora ni siquiera tenía idea de la velocidad de sus latidos. Parecían dos latidos en uno. Y, a veces, hasta tres. Así como se multiplicaban ellos, arriba y abajo, se multiplicaba mi temor y mi deseo.
¿Qué pasaría si hacía más? Sabía lo que quería. Quería un contacto directo… pero… ¿por qué tenía miedo? Nada malo podía pasar.
Probaría por sólo un segundo, pensé, y ésa decisión, advertir que pronto iba a tocar más allá, erizó la piel de todo mi cuerpo, me hizo tragar ésa saliva que se hacía cada vez más espesa y me obligó a buscar una manera para volver a respirar. ¡Qué sensación tan espectacular!
La descubrí, intentaba deslizarse por debajo de la poca ropa. Tan tímida y tan ansiosa. Se hizo camino entre la panty y mi piel. Y, entre más se acercaba, más se quemaba. Estaba tan cerca, tenía que continuar. Sentí cómo mis dedos se hundieron haciendo escapar un gemido. ¿Por qué estaba tan húmedo allí? ¿Por qué estaba tan caliente? ¿Era normal? Peor aún, ¿por qué se sentía tan rico que estuviera así? ¿Por qué me excitaba? Mis dedos comenzaron a moverse inconsciente e instantáneamente en busca de más. Se deslizaban, sin poder parar, sobre una superficie tan suave y deliciosamente húmeda que me hacía vibrar. En ese momento, olvidé el miedo, olvidé mi nombre, olvidé dónde estaba y me dediqué a sentir y a respirar.
Mientras mis dedos se movían yo intentaba, en vano, callar esos sonidos provocados por mi cuerpo al no poder contener tanto placer. Sentía que mis piernas y mis brazos se dormían… Ya no podía parar para respirar. Sentía a mi cuerpo adoptar una posición, como si fuese a elevarme, mis músculos intensamente tensos, creo que no sabía dónde estaba mi corazón y mi mano hacía una labor inigualable. Creo que ya ni siquiera sentía mi cuerpo…
Me embistió una especie de explosión… Sentía que todo adentro se contraía para finalizar esa contracción en medio de mis piernas, una y otra vez. Entré en pánico, me aterré. Algo le había pasado a mi cuerpo y no sabía qué… Juré, que si aún estaba viva, no lo volvería a hacer.
Respiré profundo. Sentía miedo de abrir mis ojos… respiré otra vez. Estaba viva ¿pero, estaba bien? ¿Qué era lo que me había pasado? ¿Se había dañado algo en mi interior? O, ¿qué fue lo que se explotó dentro de mí?
Lo supe. Estaba MUY BIEN. Mejor que nunca.
Sé que juré que no lo volvería a hacer… Pero, ya estaba empezando otra vez…

martes, 2 de agosto de 2011

Mi biografía

Les voy a contar de cómo me hice Hilmar.
Fue una vez que nací en la India y me cortaron el cordón umbilical en Italia.
Me crié en un garaje alemán, tocando la batería a los nueves meses de edad, mientras vivía en España.
A los tres años trabajé en un auto-lavado en Río de Janeiro que quedaba en París.
Con el dinero que ganaba, a los cinco años, formé una banda de Rock en la Isla de Margarita mientras era chef en Perú.
Ya a los diez años tenía una compañía disquera en Venezuela que quedaba en Las Vegas. Y, una cadena de restaurantes  gourmet en el Barrio Chino. Por Barrio Chino me refiero a Pueblo Nuevo, San Cristóbal, Táchira. Y, por gourmet me refiero a que vendía pinchos en la feria de San Sebastián.
Ya con el futuro asegurado desde los quince años, me dediqué a estudiar Italiano para aprender Inglés y fue así como terminé hablando Mandarín.
Hice cursos de cocina. En uno aprendí a preparar los mariscos para que el pollo frito me quedara  más bueno. Con el ceviche aprendí a hacer las mejores papas fritas del mundo. Y con las caraotas la mejor pizza.
Sabiendo tanto de cocina logré montar una empresa de corretaje de seguros y así fue como me convertí en actriz.
Con mi actuación me hice famosa por ser muy buena zapatera. Y gracias a la zapatería logré traducir libros a diferentes sonidos.
Me enamoré por primera vez de un gato que resultó ser el mejor elefante del mundo pero a la semana murió de SIDA.
Luego mi mejor amiga se hizo una perra y se acostó con mi elefante muerto con la excusa de que se veía muy atractivo congelado en el refrigerador. (Realmente, sí se veía atractivo).
Con tantos fracasos emocionales decidí buscarme a mí misma y terminé perdida en el Himalaya de China.
Estando en China conocí la Torre Eiffel. ¡Déjenme decirles que la Torre Eiffel es la mejor Venecia del mundo!
Tras varios intentos fallidos en mi búsqueda espiritual decidí lanzarme del piso para caer en el cielo. Ya saben, me quería vivir.
Descubrí que era tan Madonna como La Tigresa del Oriente. Y que el mejor rock de Metallica lo tocaba Wendy Sulca.
Calle 13 se hizo mi mejor Nirvana y Silvestre Dangond mi Marilyn Manson favorito.
Con Calle 13 comí los mejores camarones de perro que haya podido probar en una Ferretería.
Y, desde entonces, me enamoré de una de sus integrantes, Natalie Portman, que resultó ser el mejor esposo de mi amiga imaginaria.
Cansada de los fracasos amorosos, decidí ser tía soltera y tuve un hijo que fue mi mejor pez de la jaula.
Como el destino estaba a mi favor, encontré al amor de mi vida en la muerte.
Sí, después del suicidio de Kurt Cobain, yo maté a un suizo para revivirlo.
Tengo 3 semanas, casada con Kurt Cobain y ha sido el mejor Fred Durst que he tenido en mi vida.
Con tanto amor en las vidas ajenas me convertí en la mosca más feliz del mundo. A excepción de que mi mamá me aplastó un día y desde entonces empecé a ser yo.
Como mosca aplastada soy la mejor administradora del mundo. Y, por administradora me refiero a que sé bailar muy en bien en un tubo.
Hablando de tubos, tuve un libro que me ayudó a superarme. Y, por superarme me refiero a que conquisté al escritor y me pagó muchas cirugías plásticas.
Me regaló un reloj que daba muy bien el té. Y una silla que siempre estuvo acostada.
Mi cama era la mejor guillotina del mundo. Y, por guillotina me refiero a que dormía en una lata de zinc rota y oxidada.
Me vestía con las mejores hormigas y respiraba el humo más industrial debajo del agua.
Borré los mejores dibujos que se hayan podido doblar.
Y me convertí en una artista de los aguacates.
Me enamoré de un árbol y me casé con un nido de pajarito. Tuve muchas orugas en el estómago y al fin vomité mis mariposas hijas.
Mis hijas fueron las mejores albóndigas que haya podido tener. Y, por albóndigas, me refiero a que todo el mundo se las comía.
Con el transcurso de los años me hice vieja a los 20 y morí a los 18 antes de haber nacido.
Así que nunca me hice Hilmar porque no terminé de nacer y siempre viví en el barco de Jack Sparrow navegando en África y cantando nubes de lodo.
A todas estas lo que me hizo escribir mi historia fue el Ron que le robé a Jack en el barco. Y, pues nada, ahora me voy a pasar mi ratón. Adiós.

lunes, 1 de agosto de 2011

Acto suicida

El silencio se convirtió en el ruido más ensordecedor.
La soledad se hizo la amante más fiel.
El dolor pasó a ser la compañía más ingrata.
Mientras que el recuerdo se volvió presente y futuro.

La imaginación quedó poblada con tu cuerpo.
Los deseos se limitaron a tus besos.
La felicidad huyó, lentamente, sin despedida.
Y, el amor encontró una salida de mi vida.

Los abrazos se hicieron almohadas.
Las almohadas paños de lágrimas.
Las lágrimas la única humedad en mi cuerpo.
Y mi cuerpo el peor castigo de tu recuerdo.

Las letras se hicieron tuyas.
Los latidos dependían de ti.
Los respiros te buscaban en el viento.
Y los brazos esperaban por ti.

Los recuerdos se hicieron interminables.
Los lamentos, mis gemidos más expertos.
La lluvia dejó de mojarme.
Y el Sol desapareció por completo.

La oscuridad reinó en mi guarida.
Los tormentos se hicieron eternos.
La vida dejó de ser vida.
Amarte fue mi acto suicida.

Amor de mi vida.

No te he visto.
Pero, ¡cómo te imagino!
No me has tocado.
Pero, ¡cómo te siento!
No te he tenido.
Pero, ¡cómo paso mi tiempo contigo!
No hemos hablado.
Pero, ¡cómo te cuento todo!
No te he olido.
Pero, ¡cómo te respiro!
No te he tocado.
Pero, ¡cómo te hago el amor!
No te he conocido.
Pero, ¡cómo te amo!

domingo, 31 de julio de 2011

Por debajo del umbral

Me sedujo.
No fue su cabello, ni su belleza.
No fue una mirada, ni una sonrisa.
Fue el olor de sus palabras lo que me impregnó.
Un aroma radiante que perfumaba todo cuanto tocaban.

Como si purgase todas mis faltas.
Adhiriendo a ellas la poesía,
Sin necesidad de una rima.
Una magia que despedía
Y, no era su voz.

Me conquistaba
El valor de sus palabras.
Percibir su significado iba más allá.
Incluso, tal vez, más allá del intelecto humano.
Un valor oculto, escondido en el subconsciente, en el alma.

Era como si sus palabras atesoraran grandes significados
Que no podría conseguir en un simple diccionario.
Esa definición fría y alfabética no alcanzaba
Para medir el espacio que creaba
Sólo al pronunciarlas.

No era el tamaño
Que ocupaban en un papel.
Era el ritmo, que sabía, que contenían.
Un ritmo espiritual, etéreo, liviano, humano.
Y, eso era lo que me resultaba, inexplicablemente, sensual.

Cada palabra suya se convertía en una semilla que germinaba en mi cabeza.
Una semilla que se arraigaba a mis sentimientos y a mis sentidos
Formaba parte de mi alma y se dormía en mi memoria
Y, luego despertaba con más vigor.
Como recuerdos descansados.

Comprenderlas:
Era deliberar conscientemente,
Con el aroma con que perfumaban el corazón,
Sus palabras, inaprensibles para el intelecto humano
Pero, capaces de provocar un estallido íntimo en todo mi interior.

Podría desaparecer la acepción de cada palabra pronunciada
Pero, jamás, el reflejo que mi corazón guardaba,
Hacía latir y enviaba a mi memoria.
Como la luz de una estrella,
“Paraíso terrenal”.



Las mismas palabras
Usadas por cualquier terrestre más.
Que de su boca, no significaban, sino que evocaban.
Mostrándome cuán insuficiente era mi destreza al hablar.
Pero, demostrándome la riqueza de mis sentidos al momento de escuchar.

Un delirio de mi cerebro que  conducía a sus palabras para seducirme.
No tenía parangón la profundidad de cada expresión suya.
Ni eran abarcables las reacciones electrónicas
Producidas en mi cuerpo y en mi mente
Ante ese aroma vocal.

Una cereza
Adherida a cada palabra.
Endulzando mis oídos, mis sentidos.
Convirtiéndose en la estructura de mis razones,
El germen de mis pensamientos y el embrión de mis ideas.

Unas sílabas de origen incierto que dejaban ver la estirpe de lo sinuoso
Me hacían obrar en consecuencia de cada vocablo dictado.
Voceaba instrucciones precisas a cumplirse.
Escondidas, sin un significado real.
Sin siquiera ordenar.



Su seducción
Partía de la connotación,
De mensajes entre líneas invisibles a primera vista.
No llegaban, sus palabras, directo a mi “mente racional”.
Eran percibidas por mis sentidos  y terminaban en mis sentimientos.

Descubría en sus contextos la inexistencia de palabras frías.
Un arte o una maña, tal vez una cualidad que poseía.
Me persuadía suavemente a lo que estaba mal
Mientras me hacía sentir sumamente bien
Con sus palabras calientes.

Cautivaba y embargaba
Mis ánimos, mientras me dejaba sin moral.
Era como si buscara en las zonas más etéreas de mi mente.
Atrayéndome de manera irresistible, dulcemente, sin fuerza, ni obligación.
Para que no advirtiera que me estaba manipulando, para que no opusiera resistencia.

Seducida, cazada al percibir sus palabras odoríferas e identificar su significado más profundo
Incauta, creyendo en palabras que anunciaban la ausencia de olores peligrosos.
Sin apelar al razonamiento a que comprendiera, sino a que sintiera.
Sin una demostración matemática, ni un argumento a la razón.
Por debajo del umbral, me conquistó.

Mi final feliz

... Y, una noche, solamente, se esfumó.
Como esa nube perfecta que adoraba contemplar.
Pero, que  cuando cerré los ojos, al volver a abrirlos, ya no estaba.
Mi figura favorita y, únicamente, podía observar cómo se desfiguraba.
Y, aunque alzara mis manos con toda la ilusión, no lograba alcanzarla.

... Y, ni el chocolate más dulce me ha quitado
El amargo sabor de su partida...
Sólo lo veía irse, cada vez más lejos, cada vez más lento.
Sabía, perfectamente, cómo arrastrarme tras él,
Y, sin importar cuán rápido yo corría, sólo lo alejaba más.

... Y, dejé de correr...
Pero, él se detuvo y, al borde de un abismo, saltó.
Mi corazón, desbocado, me obligó a saltar detrás de él...
Creyendo que lo iba a perder.
Lo vi, flotando cálidamente en el aire, mientras yo caía...
Tan perfecto, tan feliz.

... Y, me encontré cayendo...
Perdiendo la razón por querer estar allá, arriba, con él.
No lo alcanzaba... ¿cómo podía subir?
Lo sabía, ya no había vuelta atrás...
Ya no lo veía, ya no pude respirar.

... El golpe no dolió...
Dolía su ausencia. ¿Dónde estaba él?
Y, mis ojos no lo podían creer.
Yo era sólo un cuerpo cuadripléjico.
Pero, lo podía ver...

... Le sonreí...
Me sonrió de vuelta...
Podría jurar que sentí cosquillas...
Aunque, mi cuerpo, ya no existía.

Tal vez

Tal vez, fue lo mejor.
Tal vez, fue lo peor.
Tal vez, me quede esperándote.
Tal vez, me marche de una vez.

Tal vez, fue tu presencia.
Tal vez, fue que nunca te vi.
Tal vez, fue tu piel.
Tal vez, fue que nunca te toqué.

Tal vez, fueron tus besos.
Tal vez, fue que nunca te besé.
Tal vez, fue que nunca te tuve.
Tal vez, fue que siempre te necesité.

Tal vez, ni sé lo que escribo.
Tal vez, tampoco sé lo que siento.
Tal vez, es que te extraño.
Tal vez, es que te miento.

Tal vez, fueron tus caricias.
Tal vez, fue que nunca te sentí.
Tal vez, fueron tus palabras bonitas.
Tal vez, fue que mentías.


Tal vez, fue que me enamoré como una niña chiquita.
Tal vez, fue que nunca me creías.
Tal vez, fue que dije cosas poquitas.
Tal vez, fue que tú no me sentías.

Tal vez, fue mucho.
Tal vez, fue poco.
Tal vez, no di suficiente.
Tal vez, para ti nada es suficiente.

Tal vez, soy muy exigente.
Tal vez, eres muy sencillo.
Tal vez, eres muy complicado.
Tal vez, soy muy relajada.

Tal vez, no te quise de verdad.
Tal vez, no te quise de mentira.
Tal vez, te quise tanto.
Tal vez, tanto es poco.

Tal vez, me pierdo en tus pensamientos.
Tal vez, tiemblo pensando en ti.
Tal vez, ya me olvidaste.
Tal vez, te acuerdes de mí.


Tal vez, tú aún me quieras.
Tal vez, aún me detestes.
Tal vez, yo aún te quiera.
Tal vez, yo sí te sigo queriendo.

Tal vez, mañana me muero.
Tal vez, sigo viviendo.
Tal vez, te sigo esperando.
Tal vez, me sigo mintiendo.

Tal vez, me pierdo en la nada.
Tal vez, más tarde te encuentro.
Tal vez, ya no te hago falta.
Tal vez, me muero al saberlo.

Tal vez, ¿te sigo esperando?
Tal vez, ¿me sigues queriendo?
Tal vez, ¿no te hago falta?
Tal vez, ¿me voy y me pierdo?

Tal vez, no necesito respuestas.
Tal vez, todavía tengo esperanza.
Tal vez, soy una ilusa.
Tal vez, mañana me matas.


Tal vez, mañana me matas.
Tal vez, mañana me beses.
Tal vez, ya no hay mañana.
Tal vez, un mañana incipiente.

Tal vez, ayer te perdí.
Tal vez, ayer me mataste.
Tal vez, ayer me fui.
Tal vez, ayer me ganaste.

Tal vez, son muchas preguntas.
Tal vez, no hay alguna respuesta.
Tal vez, te haces el duro.
Tal vez, te vas y me dejas.

Tal vez, debería decir más cosas.
Tal vez, debería callarlas.
Tal vez, te gusta oírme.
Tal vez, prefieras sentirme.

Tal vez, son celos irracionales.
Tal vez, es que tú no te das cuenta.
Tal vez, te gusta provocarme.
Tal vez, mi dolor te divierta.


Tal vez, me paso de intensa.
Tal vez, eres tú quien me enfermas.
Tal vez, soy tu presa perfecta.
Tal vez, esto no es lo que quieras.

Tal vez, ya dije mucho.
Tal vez, no he dicho nada.
Tal vez, me vaya mañana.
Tal vez, te pida que vuelvas.

Tal vez, ¿quisieras volver?
Tal vez, olvides mi poca destreza.
Tal vez, ¿quisieras seguir?
Tal vez, dure más de la cuenta.

Tal vez, quizás.
Tal vez, no sé.
Tal vez, te quiero.
Tal vez, me dejes.
Tal vez, te quedes.
Tal vez, te bese.
Tal vez, regresa.
Tal vez, no puedo.
Tal vez, te extraño.
Tal vez, me muero.
Tal vez, regresa.
Tal vez, aprendo.
Tal vez, no callo.
Tal vez, no celo.
Tal vez, acepto.
Tal vez, comprendo.
Tal vez, sin ti.
Tal vez, no puedo.
Tal vez, te extraño.
Tal vez, me muero.
Tal vez, regresa… sin ti no puedo.

¿Sueño o realidad?


¿Quién dice que un sueño no puede hacerte vivir una espantosa experiencia y despertar con la sensación de que no ha acabado?

No pretendía soñar... Mi primera expectativa al acostarme es no soñar. No soy amante de mis sueños pero, duermo. Y así, unas cuantas horas se convirtieron en medio año de vida o más. Y, ¿qué pasa si en mi sueño aprendí algo que no había aprendido antes en mis vivencias? ¿Por qué todos mis sueños, a pesar de ser sólo sueños, me empujan tanto a la realidad?
Lo conocí mientras dormía, no era perfecto, no era modelo, no era metrosexual. No tenía cabello hermoso, ni una gran sonrisa. No era encantador, ni se robaba las miradas. No tenía atractivo sexual, ni bonitas manos, ni bonita nariz; quizás, ni lindos ojos. Pero, me miraba como si no hubiese nadie más en el mundo; me olía como si fuese lo único que podía respirar. Y, ¿por qué me tenía que importar? ¡No me gustaba él! Pero, con sólo rozar mi piel me hacía estremecer. ¿Por qué no me podía controlar? ¡Sabía que muy pronto me iba a dejar de gustar! No era mi "tipo", si es que tengo alguno definido. No me gustaba su ropa, ni su forma de caminar. Cada vez que lo veía, ¡le veía un defecto más! Ya lo sabía, no iba a durar, no lo iba a soportar.
Pero, otra vez, me miraba, me tocaba y simplemente lo olvidaba. Olvidaba sus defectos para sumergirme en una incontrolable pasión y un deseo animal que jamás había sentido. Una locura pasional que me arrastraba hacia dónde él quería. ¿Cómo lo hacía? ¡Maldición! Lo odiaba por eso. Me quitaba el control cuando me tocaba. Me robaba la cordura, me desquiciaba. Me molestaba que tuviera poder sobre mí. Sabía que lo odiaba y que no lo soportaba. Y, de repente, sentía que lo amaba.
En la cama era su musa, su morbo, su fantasía sexual. En la vida, era su amor. Su amor por mí me hacía amarlo, me llenaba, me daba equilibrio y felicidad. ¿Cómo podía ser tan perfecto? ¿era real? ¡No era perfecto! A veces, no me gustaba. No me daba risa lo que a él le parecía gracioso, ni la mayoría de sus chistes tontos.
La mayor parte del tiempo ni siquiera soportaba sus historias tediosas y hasta dramáticas. ¡No me gustaba! Pero, él se aguantaba con paciencia mis estúpidas historias, mis malcriadeces, mis chistes que nunca entendía. Lo soportaba todo con una sonrisa, una tierna mirada y un beso que me callaba. ¿Por qué yo era tan egoísta? ¿Por qué no lo podía tolerar igual? ¡Porque yo no estaba enamorada! Entonces, ¿por qué no soportaba pasar cinco minutos sin saber de él? ¡CINCO MINUTOS! y lo extrañaba.
Estaba enferma, algo estaba mal en mi cabeza.
Todo cambiaba en mí: mi comportamiento, mis actitudes y hasta mis sonrisas que se hacían cada vez más sinceras. Y, sin embargo, cuando sentía que alguien lo podía notar, trataba de ocultarlo. Me creía una experta disimulándolo cuando todos los notaban, en realidad.
No entendía qué me pasaba, no lo podía explicar, pero... comenzaba a gustarme. Sin darme cuenta, mi sueño me regalaba emociones que nunca había comprendido... Eso de los celos que me parecía tan absurdo, lo comprendí cuando lo vi mirando a otra: ¡Lo quería matar!
Si no me gustaba tanto, ¿por qué lo quería sólo para mí?. ¡Qué equivocaba estaba, ¿verdad?!
Siempre viví detrás de una pared que me alejaba de sentir… Llegué a confiar tanto en él y en su amor por mí que me entregué sin darme cuenta. Salté la pared y llegué descubierta a un mundo del que me cuidé todo el tiempo porque creía conocerlo. Pero, no tenía idea. Ni tenía idea de lo que me esperaba.
Ya no me importaba que no me gustara, sabía que estaba enamorada. Sabía que habían sido sólo excusas para no cruzar la barrera, porque simplemente, en el amor, era una niña completamente indefensa.
Perdí, aún más, mi cordura el día que noté que amaba verlo celoso, que me excitaba verlo molesto, que adoraba que perdiera la razón por mí. ¿A qué jugaba? Porque parecía un juego muy despiadado y sádico: Entre más dolor sintiera o le hiciera sentir, más quería estar ahí.
No podía evitar fascinarme por el control que a veces lograba ejercer en él: Sabía que lo manipulaba. Un gesto, una mirada, una palabra y ¡hacía lo que a mí se me viniera en gana!
Sin embargo, lo que nunca vi era cuánto me manipulaba él a mí... En nuestro juego, siempre fue él la víctima y yo la maldita victimaria. Él quién quería más y yo la mala. Llegó, incluso, un punto en el que me lo creí. De haber sabido cuál era la verdad en ése sueño, no hubiese sido la pobre tonta que fui.
Cuando supo que ya me tenía dónde quería, ¡me dejó! Pero, realmente, no me dejaba, me seguía manipulando... ¡Cómo disfrutaba mi dolor el muy maldito sádico! Entre más le rogaba, más se alejaba. Pero, si pasaba un día sin decirle nada, me buscaba. Apenas me levantaba, me hacía caer otra vez. ¡Lo disfrutaba! Y yo lo sabía y lo dejaba. Todas esas sonrisas y buenos ratos que me regaló me los estaba cobrando con creces.
En mi cuerpo, sólo se sentía ahora un inmenso vacío y un terrible dolor. Si bien era algo emocional, comenzaba a sentirse físico. ¡Dios, cómo dolía!
Así pasaban mis días: unos con llanto, otros no; unos con sonrisa, otros no... Días de rabia, de rencor, días en los que me daba por vencida, días en los que luchaba por recuperar su amor.
¡Días, malditos días! Cómo odiaba cada día... ¡Odiaba cada día sin él! Y, ahora también, odiaba cada día que había pasado a su lado. De no haber pasado ningún día a su lado no estaría viviendo este tormento que me dejó, este desencuentro, este desamor.
Los días se llenaron de rencor, de repudio, de asco, de un amargo sabor: De soledad.
Si me desaparecía de su vida, me buscaba. Si me acercaba, me pateaba. ¿Cómo podía hacer tanto daño y seguir jugando a ser la víctima? ¿Qué había en su cerebro despiadado? ¡Nada malo! Mucha inteligencia y un gran deseo de dañar, tan bien disfrazada su maldad que hasta él mismo se creía su falsedad.
Lo que comenzó como un sueño bonito se convertía ahora en una verdadera pesadilla. De esas que no te dejan respirar, que te hacen dar mil vueltas en la cama y te ponen a sudar. De esas que jamás abandonan mis noches y que se repiten cada vez que les da la gana. De esas que me hacen extrañar el insomnio y que, por una par de días, hacen que le tema a la cama.
Sin villano definido, sin saber quién era peor. Si yo que te quise sin querer o tu que fingiste quererme. Si yo que no di tanto como tú pero, lo que di fue real; o tú que fingías un orgasmo y me decías ‘te amo’ cuando no estabas seguro de lo que sentías en verdad. Si yo que te hice daño pero te miraba a los ojos y te decía la verdad o tú, que con tu perfecta actuación, me hiciste creer que eras el mejor.
El recuerdo de lo que fuiste me seguía, el presente me dolía y el futuro se hacía inconcluso sin ti. Extrañaba lo que me habías dado, lo quería de vuelta pero, ya no te quería a ti. No te quería más porque me habías destrozado. Pero, más que eso, habías destrozado mi orgullo, habías destruido ese escudo que me protegía y comenzaba a odiarte por ello.
Y, si en algún momento, dejaba de odiarte, salía de mi cuerpo el recuerdo de lo que una vez fui antes de conocerte a ti, salía ése ser que, sabiamente, me mantenía alerta y con malicia. Salía para recordarme que te tenía que odiar, salía para azotarme vilmente por haberte creído, por haber cometido el error de dejar mi razón en un rincón; harto de mi ingenuidad disfrazada de maldad, harto de mi debilidad aún cuando siempre supe que nada de lo que decías podía ser verdad; ¡harto de mí!
Harta estaba yo; ahogada en sentimientos que no podía definir. Harta de sentir y no sentir, de querer y no querer, de odiar y amar. ¡Harta de tu recuerdo! Harta de tus besos, harta de tus caricias, harta de los orgasmos que me diste. Tan harta que no tenía inspiración ni para masturbarme, tan harta que recurría al porno para tocarme y al acabar, en vez de una sonrisa placentera,  obtenía una lágrima.
¡Tan harta y tan vacía! Tan llena de rabia, de dolor, de decepción… Pero, ¿de quién estaba decepcionada? ¿De ti? ¿De mi? ¡De los dos! De ti por irte de mí, de mí por haberte querido perseguir.
¿Por qué aferrarme tanto a alguien que se quería ir?, ¿por qué seguir deseando estar con alguien que dejó de ser especial para ser mortal?, ¿por qué quería que regresara si sabía que ya no lo quería en mi vida porque no lo podía perdonar?
¿Venganza? ¿Acaso me las quería cobrar? O, ¿realmente lo extrañaba? Sí; lo extrañaba, lo quería. Pero lo odiaba, ya no lo podía perdonar.
Mis preguntas seguían latentes y sin respuestas, aparentemente. ¿Para qué quería que regresara? Y, si era venganza, ¿qué se suponía que iba a hacer?
Siempre me quisiste hacer ver como la mala, ahora te iba a demostrar lo que era ser mala de verdad. Lo reconocía: estaba sedienta de venganza. Así como tú me cobraste las sonrisas que me regalaste un día, yo te iba a cobrar cada lágrima que había derramado por ti. Te quería devolver con bonos esos días en los que me hundía en tu recuerdo y me enloquecía de dolor porque no te tenía. Te iba a regalar mi dolor, pero multiplicado. Al fin y al cabo, si a ti no te había importado cuando te llamaba llorando, suplicando, dejando en evidencia mi dolor: ¿Por qué habría de importarme a mí, ahora, joderte la vida y romperte el corazón?
Así empezó la parte divertida de mi sueño: la parte dónde otra vez el poder lo ganaba yo. Una dulce venganza, un dulce sabor. Se iba el vacío, llegaban las sonrisas de satisfacción. Planificaba los actos y las frases que te causaran más dolor, desesperación, celos, rabia y decepción.
Pero, en ése momento, una lágrima de mi cuerpo se salió…
Ése ardor que dejaba en el camino, me despertó: Estaba bañada en sudor, con lágrimas en mi rostro y un vacío en mi interior. Qué sueño tan aterrador, ¡me descompensó!
Me levanté tambaleándome.  Fui al baño, me lavé la cara, me miré al espejo, me dije “ya pasó” y regresé a mi habitación…
¡Qué sorpresa cuando encendí la luz! Él estaba en mi cama, dormido, con una sonrisa dibujada en el rostro, completamente desnudo. Se veía hermoso.
¡Lo recordé! Lo había conocido anoche y ni siquiera sabía su nombre…