domingo, 28 de agosto de 2011

Mi primera vez conmigo misma.

Mi corazón latía muy rápido. No estaba acostumbrada a sentirme así pero, no lo podía evitar.  Tenía miedo, sentía que estaba mal. Nadie me había hablado de esto antes. Era una niña, no sabía qué era.  Y, realmente, no sabía qué hacer. Sentía un temblor en mi cuerpo, quería seguir, quería parar. Si paraba, me desesperaban las ganas; si seguía, me aceleraba mucho más. Mi respiración se hacía densa, entre rápida  y lenta a la vez, difícil, sonora y muy necesaria. No sé por qué, pero comenzaba a sentirme culpable. Si nadie me había hablado de estas sensaciones es porque era algo malo, ¿verdad? Pero, se sentía culpablemente divino.
Mi cabeza estaba llena de imágenes. Imágenes que siempre evitaba pero que, hoy, no daban lugar al control. Mis manos, frías por los nervios, recorrían tímidamente algunas partes de mi cuerpo, lo que aumentaba mi tensión, mi curiosidad y mi jadeo al respirar. ¿Qué provocaba que mi cuerpo se sintiera eléctrico, libre de la razón y tan exquisitamente caliente? Podía sentir cada latido de mi corazón en todas partes. Sí, en todas partes. En esa parte en especial, mi corazón parecía hacer de las suyas. O, no sé si era mi corazón, pero latía a su ritmo, como si él hubiese bajado y se hubiese ubicado en ése misterioso lugar. Era como si, de repente, allí  estuviera el control de mis actos. Como si yo actuara al ritmo de sus latidos en busca de más; como si tuviera el control de mis manos. Manos que se morían de curiosidad y de ganas de tocar y sentir más allá. De tocar ese lugar.
En mi boca, mi saliva se hacía más espesa; mi lengua se movía, como ansiosa por salir, por sentir los labios, por recorrerlos. Sentía pena conmigo misma. Era la primera vez que dejaba fluir estas emociones, estas sensaciones, este deseo. No sabía lo suaves que se podían sentir mis labios; me provocaba morderlos, saborearlos, mojarlos, sentir su grosor y su textura. Y, ellos, a su vez, querían otros labios, húmedos; otra lengua que los recorriera, suave; un beso intenso, que calmara su ansiedad. Incluso, con mi dedo, quise sentirlos, presionarlos, acariciarlos; un dedo que curiosa e inevitablemente se desplazó dentro de mi boca para jugar con mi inquieta lengua, que parecía pedir a gritos un poco de acción. Sentía vergüenza, aunque nadie me veía. Y, ése temor que recorría mi cuerpo me incitaba a buscar maneras parar sentir más y me hacía ignorar esa voz que gritaba que aquello podía estar mal.
Figuras desnudas, labios húmedos, manos que recorrían cuerpos brillantes de sudor, gestos de deseo, de placer, jadeos y gemidos azotaban mi imaginación y estremecían mi cuerpo cuerpo, del que cada vez tenía menos control para sumergirme en sensaciones indescriptibles y nunca antes experimentadas. No podía detenerme ya a pensar. Sólo dejaba a mis manos curiosear y descubrir qué partes sentían más su tacto.
Descubría, entonces, cómo en mi cuerpo se concentraba esa electricidad, ese deseo, esa necesidad en partes específicas. Partes que temía y deseaba tocar. Partes que parecían cobrar vida propia, con exigencias y necesidades propias. ¿Me atrevería a complacer a mi cuerpo en lo que me pedía? O, ¿iba a parar? ¡No! No quería parar. Esas sensaciones me envolvían, me estremecían, me desesperaban… me excitaban. Sí, eso era. Estaba excitada, muy excitada. Me sentía caliente, me sentía vibrar, me sentía mujer, sexy, sensual… sexual.
No sé en qué momento decidí quitarme la ropa, simplemente lo hice. Lentamente, sintiendo la emoción, la expectativa, el calor. Me dejaba llevar, me acariciaba, me descubría, me disfrutaba. Aunque, mi ropa interior no la pude retirar... Con calma, no me tenía que presionar. Sabía que muy pronto llegaría el momento para eso, mi curiosidad no me iba a dejar prolongarlo mucho. Y, sin embargo, noté que prolongar ese momento me excitaba más. Era como el premio final, quería dejarlo hasta que no lo pudiese contener más.
Si al principio no sabía qué hacer, ahora mi cuerpo parecía enseñarme. Me guiaba como si siempre hubiese sabido con exactitud los pasos para llegar al límite de mis emociones. Mi temor parecía ir en una montaña rusa, a veces se calmaba y a veces me paralizaba. Sobre todo en esas oportunidades donde me atrevía a explorar un poquito más.
Dejé que mis manos tomaran el control, dejé que mi cuerpo las guiara a través de sus deseos, dejé que mis jadeos se escucharan un poquito más, dejé a mi corazón latir arrebatadamente, arriba y abajo. Estaba segura de que no iba a parar, estaba impaciente por descubrir más. Y, aunque me asustara, sabía que lo iba a disfrutar.
Sentí miedo al tocarlos; los observaba, se veían grandes, tan redondos, provocativos. Mis manos no eran suficientes para tomarlos, pero lo que sentían ellos era suficiente para querer hacerlo más. Los tomaba suave, los conocía; los tomaba más fuerte, me estremecía. No sabía que me podían gustar tanto, ¡eran míos! ¿Por qué no los iba a disfrutar? La sensación de tenerlos me agitaba cada vez más. Descubría la lujuria en una caricia muy íntima y personal. Y, había algo en ellos que llamaba más mi atención. Una pequeña parte que podía sentir al acariciarlos, una parte muy sensible pero que se sentía más aguda y dura en comparación con lo demás; me entretuve jugando ahí, notando cuánto me hacía sentir… Me tocaba arriba y sentía abajo. No lo sabía explicar pero sabía que me encantaba.
Me enfrentaba a algo diferente, y, por muy absurdo que parezca, me resultaba atemorizante. Pero, todo aquello que, de repente, aclamaba que me detuviese porque creía que estaba mal, me encendía más, me provocaba más. Esa mezcla entre no debo pero qué bien se siente recorría todo mi cuerpo y avivaba cualquier sensación con un fuego indescriptible. Mientras más me decía no lo hagas, más quería hacerlo. Y, mientras más quería hacerlo, más sentía y más pedía mi piel. Estaba maravillada al descubrir cómo mi cuerpo también podía controlar mi mente y cómo mi mente le daba tanto placer a mi cuerpo.
Pero, aún me faltaba algo que quería probar. El simple hecho de imaginarlo hacía que mi frente se perlara tras el asomo de un sudor proveniente de esa mezcla de sensaciones que me producían tanto calor. Mi inquietud aumentaba, mi corazón parecía incapaz de quedarse dentro de mi cuerpo jadeante en busca de un placer mayor. Mis manos comenzaron a bajar, lento, atemorizadas, ansiosas… Sentía que me quemaban a su paso. Se frenaron de ipso-facto en mis caderas. Mientras ellas se preguntaban qué iban a encontrar en aquel lugar, yo sentía que algo en medio de mis piernas iba a explotar. Cada latido de mi corazón se sentía allí con más fuerza, con más calor, tan rápido, tan sofocante… No había nada que pudiera controlar eso. Parecía tener más poder y más fuerza que mi mente.
Decidí bajar una de mis manos. Acariciarme ahí suavemente… Pude sentir, sobre mi panty, que estaba muy caliente. Yo sentía su calor en mis manos y ella sentía el calor de mis dedos. Una sensación que creí me iba a volver loca. Mis dedos se desplazaban de forma lineal, ejerciendo más presión, hacia arriba y hacia abajo. Cuando hacía eso no podía respirar. Sentía que todos mis músculos se contraían, notaba cómo, lo que ella, sentía se extendía poco a poco por todo mi cuerpo.
¡Tenía que volver a respirar! Si antes creía que mi corazón estaba acelerado, ahora ni siquiera tenía idea de la velocidad de sus latidos. Parecían dos latidos en uno. Y, a veces, hasta tres. Así como se multiplicaban ellos, arriba y abajo, se multiplicaba mi temor y mi deseo.
¿Qué pasaría si hacía más? Sabía lo que quería. Quería un contacto directo… pero… ¿por qué tenía miedo? Nada malo podía pasar.
Probaría por sólo un segundo, pensé, y ésa decisión, advertir que pronto iba a tocar más allá, erizó la piel de todo mi cuerpo, me hizo tragar ésa saliva que se hacía cada vez más espesa y me obligó a buscar una manera para volver a respirar. ¡Qué sensación tan espectacular!
La descubrí, intentaba deslizarse por debajo de la poca ropa. Tan tímida y tan ansiosa. Se hizo camino entre la panty y mi piel. Y, entre más se acercaba, más se quemaba. Estaba tan cerca, tenía que continuar. Sentí cómo mis dedos se hundieron haciendo escapar un gemido. ¿Por qué estaba tan húmedo allí? ¿Por qué estaba tan caliente? ¿Era normal? Peor aún, ¿por qué se sentía tan rico que estuviera así? ¿Por qué me excitaba? Mis dedos comenzaron a moverse inconsciente e instantáneamente en busca de más. Se deslizaban, sin poder parar, sobre una superficie tan suave y deliciosamente húmeda que me hacía vibrar. En ese momento, olvidé el miedo, olvidé mi nombre, olvidé dónde estaba y me dediqué a sentir y a respirar.
Mientras mis dedos se movían yo intentaba, en vano, callar esos sonidos provocados por mi cuerpo al no poder contener tanto placer. Sentía que mis piernas y mis brazos se dormían… Ya no podía parar para respirar. Sentía a mi cuerpo adoptar una posición, como si fuese a elevarme, mis músculos intensamente tensos, creo que no sabía dónde estaba mi corazón y mi mano hacía una labor inigualable. Creo que ya ni siquiera sentía mi cuerpo…
Me embistió una especie de explosión… Sentía que todo adentro se contraía para finalizar esa contracción en medio de mis piernas, una y otra vez. Entré en pánico, me aterré. Algo le había pasado a mi cuerpo y no sabía qué… Juré, que si aún estaba viva, no lo volvería a hacer.
Respiré profundo. Sentía miedo de abrir mis ojos… respiré otra vez. Estaba viva ¿pero, estaba bien? ¿Qué era lo que me había pasado? ¿Se había dañado algo en mi interior? O, ¿qué fue lo que se explotó dentro de mí?
Lo supe. Estaba MUY BIEN. Mejor que nunca.
Sé que juré que no lo volvería a hacer… Pero, ya estaba empezando otra vez…

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