jueves, 14 de agosto de 2014

Dear Nobody

En ocasiones, quisiera que mis pensamientos flotaran entre los tuyos. Sobretodo, cuando rememoro incesantemente el resplandor de cada recuerdo a tu lado. Estoy, de alguna manera, persuadida por el sentimiento -incomprensible, para el resto del mundo- que embebe mi existir; un sentimiento que se ramifica y finaliza únicamente en ti, de algún modo fatal y mágico.

A veces, tiemblo y me crispo, reviviendo tus besos en mi cuerpo. Sobretodo, en esos días lluviosos, cuando tus brazos se hacen dolorosamente necesarios para sobrevivir. Reservo miles de emociones del mismo tipo en mi memoria, sólo para usarlas en caso de que me faltes; y reservo otras más, que sueño volver a vivir a tu lado. Hay un cierto movimiento letárgico que he logrado capturar cuando inclino mi cabeza pensando en ti, siempre de modo involuntario; como si una misteriosa pócima tomara control de ella. 

De tanto imaginarte, la figura de tu rostro parece huir de mí como una ráfaga de viento. Pero, los detalles que guardo de ti, son minuciosos e intensos y me apartan inevitablemente de la realidad. Te pienso rayando un límite decorosamente delicado, y es que tu encantadora belleza me embriaga con sorpresiva facilidad. 

Mi cuerpo, está aún lleno de la sensación de tu suave piel rozando la mía; y un caos punzante bulle en mi interior desatando un deseo incontrolable y envolviendo mi corazón henchido de ti. El milagro que ansiaba silenciosamente, en los más profundo de mis ilusiones, ocurrió en el momento en que me entregué a tus brazos; y como por arte de magia un formidable y centelleante sentimiento se apoderó de mi presente y mi futuro; ayudado por el dulce y tenue sonido de tu voz que traspasa mis oídos, tocando todos mis sentidos y envolviendo mi consciencia a tu favor.

Súbitamente invadida y atravesada por tu amor, me suspendo entre los días y las noches, como un niño sobre la verde grama tomando el sol. E inevitablemente crezco a tu lado, en un mundo brillante, de paisajes hermosos y rostros sonrientes. Impelida, por una fuerza irresistible, mi inclino a ofrecértelo todo, mi corazón, mis entrañas, mi vida entera y apaciguada por tu dulce olor. Y mis sentidos parecen llegar al borde que los limita, bajo una repentina y constante agitación que se desborda dejando mi cuerpo dolorido tras la tensión de la pasión contenida. 

Como consecuencia de este insólito y maravilloso amor, me veo arrastrada por un hechizo irrompible y dependiente de ti. Tan genuino e intuitivo que me encuentro, innegablemente, incapaz de rehusarme a entregarte mi vida; aún cuando el sentimiento abruma mi mente y enmaraña mi orgullo sin razón, siempre sé, con infinita certeza, que a tu lado deslumbro y estremezco mis sentidos, los de mejor condición y por eso, allí es donde pertenezco yo.

martes, 5 de agosto de 2014

Mis días.

Despertarse y recordar el vacío.
La noche, mientras duermo, es calmada y sobrevivo; aunque con un par de pesadillas.
Pero, al tomar consciencia, en la mañana, de que ya no estás y que nuevamente algo está mal, regresa súbitamente el vacío,  la tristeza,  el dolor en el pecho y las ganas de llorar.
¿Tan difícil es estar bien?
Lucho desesperadamente por sobrellevar ése paroxismo que deja mi mente petrificada.
Los mareos se apoderan de mí y el terror de tu ausencia me hace vomitar.
En el inexistente control de mis emociones, lloro desconsoladamente.

Las horas pasan con vértigo incluido.
Un desconocimiento total de mis acciones y de la vida me permite "vivir"; aunque parece más una agonía.
A veces, sólo me recuesto en mi cama y espero, entre la oscuridad del día, que el dolor se disipe o acabe de una vez con esta miserable vida.
Mirando el reloj recuerdo que, a tu lado, las horas pasaban como segundos; y ahora pesan como si fuesen cada una un día.
¿Por qué no regresas?
Busco excusas en mi cabeza para pedirte que vuelvas pero imaginar la negativa de tu respuesta me paraliza y sólo puedo empezar a llorar como si fuese una niña más.
No estás. Te has ido. No regresarás.

Un montón de trastes y ropa sucia me hacen compañía.
Un par de trozos de pizza se envejecen en el piso y un vaso de agua se va oscureciendo en la mesilla.
Me escondo de mis amigos para que no vean la miseria en la que me has dejado y respondo sus mensajes con una elocuente excusa para evitar preguntas o insinuaciones de compañía.
Así van pasando los días y, aunque espere lo contrario, va aumentando la agonía.
De repente,  una inesperada necesidad me hace marcar tu número en mi teléfono y chocar con tu voz en la contestadora;  puedo soñar que estás,  por un momento.
E inevitablemente te cuento todo lo que estoy haciendo;  me excuso y te digo que recogeré los trastes y botaré la comida para que cuando regreses no me encuentres tan perdida.

Recojo un par de cosas movida por tu contestadora.
Me engaño diciéndome que hablamos y que debo mejorar el estado de la habitación.
No miento, ordeno un par de cosas y limpio algunas otras. Pero, una voz maligna me recuerda que es una mentira; que nunca escuchaste mi agonía y no regresarás ningún día.
Contrario a la primera emoción, destruyo algunas cosas de nuestra habitación; mis favoritas con más intensidad y las que me recuerdan a ti con tanta fuerza como si así te pudiera olvidar.
No me queda más remedio que volver a la cama, más dolida, más cansada y con las manos lastimadas.

En la ineludible realidad de tu ausencia,  los días pasan como los describí, con mucha frecuencia.
Aunque, a veces, con un par de cervezas vienes, y a mi lado, te acuestas. Siento tu brazo adormeciendo parte de mi cuerpo y es tu misma voz quien me susurra:
Levántate y come. Haz la cama y ordena este desorden; vuelve a ser tú que así te extraño más.
Despertando te prometo arreglar mi vida y no decepcionarte más; pero luego sólo te reclamo que ya no estás. Te has ido para no regresar y pretendes que yo siga igual. Termino pidiéndote que me dejes en paz.
Me acuesto a aguardar por mi muerte; esperando así alcanzarte allá dónde tú estás.