martes, 5 de agosto de 2014

Mis días.

Despertarse y recordar el vacío.
La noche, mientras duermo, es calmada y sobrevivo; aunque con un par de pesadillas.
Pero, al tomar consciencia, en la mañana, de que ya no estás y que nuevamente algo está mal, regresa súbitamente el vacío,  la tristeza,  el dolor en el pecho y las ganas de llorar.
¿Tan difícil es estar bien?
Lucho desesperadamente por sobrellevar ése paroxismo que deja mi mente petrificada.
Los mareos se apoderan de mí y el terror de tu ausencia me hace vomitar.
En el inexistente control de mis emociones, lloro desconsoladamente.

Las horas pasan con vértigo incluido.
Un desconocimiento total de mis acciones y de la vida me permite "vivir"; aunque parece más una agonía.
A veces, sólo me recuesto en mi cama y espero, entre la oscuridad del día, que el dolor se disipe o acabe de una vez con esta miserable vida.
Mirando el reloj recuerdo que, a tu lado, las horas pasaban como segundos; y ahora pesan como si fuesen cada una un día.
¿Por qué no regresas?
Busco excusas en mi cabeza para pedirte que vuelvas pero imaginar la negativa de tu respuesta me paraliza y sólo puedo empezar a llorar como si fuese una niña más.
No estás. Te has ido. No regresarás.

Un montón de trastes y ropa sucia me hacen compañía.
Un par de trozos de pizza se envejecen en el piso y un vaso de agua se va oscureciendo en la mesilla.
Me escondo de mis amigos para que no vean la miseria en la que me has dejado y respondo sus mensajes con una elocuente excusa para evitar preguntas o insinuaciones de compañía.
Así van pasando los días y, aunque espere lo contrario, va aumentando la agonía.
De repente,  una inesperada necesidad me hace marcar tu número en mi teléfono y chocar con tu voz en la contestadora;  puedo soñar que estás,  por un momento.
E inevitablemente te cuento todo lo que estoy haciendo;  me excuso y te digo que recogeré los trastes y botaré la comida para que cuando regreses no me encuentres tan perdida.

Recojo un par de cosas movida por tu contestadora.
Me engaño diciéndome que hablamos y que debo mejorar el estado de la habitación.
No miento, ordeno un par de cosas y limpio algunas otras. Pero, una voz maligna me recuerda que es una mentira; que nunca escuchaste mi agonía y no regresarás ningún día.
Contrario a la primera emoción, destruyo algunas cosas de nuestra habitación; mis favoritas con más intensidad y las que me recuerdan a ti con tanta fuerza como si así te pudiera olvidar.
No me queda más remedio que volver a la cama, más dolida, más cansada y con las manos lastimadas.

En la ineludible realidad de tu ausencia,  los días pasan como los describí, con mucha frecuencia.
Aunque, a veces, con un par de cervezas vienes, y a mi lado, te acuestas. Siento tu brazo adormeciendo parte de mi cuerpo y es tu misma voz quien me susurra:
Levántate y come. Haz la cama y ordena este desorden; vuelve a ser tú que así te extraño más.
Despertando te prometo arreglar mi vida y no decepcionarte más; pero luego sólo te reclamo que ya no estás. Te has ido para no regresar y pretendes que yo siga igual. Termino pidiéndote que me dejes en paz.
Me acuesto a aguardar por mi muerte; esperando así alcanzarte allá dónde tú estás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario