domingo, 31 de julio de 2011

¿Sueño o realidad?


¿Quién dice que un sueño no puede hacerte vivir una espantosa experiencia y despertar con la sensación de que no ha acabado?

No pretendía soñar... Mi primera expectativa al acostarme es no soñar. No soy amante de mis sueños pero, duermo. Y así, unas cuantas horas se convirtieron en medio año de vida o más. Y, ¿qué pasa si en mi sueño aprendí algo que no había aprendido antes en mis vivencias? ¿Por qué todos mis sueños, a pesar de ser sólo sueños, me empujan tanto a la realidad?
Lo conocí mientras dormía, no era perfecto, no era modelo, no era metrosexual. No tenía cabello hermoso, ni una gran sonrisa. No era encantador, ni se robaba las miradas. No tenía atractivo sexual, ni bonitas manos, ni bonita nariz; quizás, ni lindos ojos. Pero, me miraba como si no hubiese nadie más en el mundo; me olía como si fuese lo único que podía respirar. Y, ¿por qué me tenía que importar? ¡No me gustaba él! Pero, con sólo rozar mi piel me hacía estremecer. ¿Por qué no me podía controlar? ¡Sabía que muy pronto me iba a dejar de gustar! No era mi "tipo", si es que tengo alguno definido. No me gustaba su ropa, ni su forma de caminar. Cada vez que lo veía, ¡le veía un defecto más! Ya lo sabía, no iba a durar, no lo iba a soportar.
Pero, otra vez, me miraba, me tocaba y simplemente lo olvidaba. Olvidaba sus defectos para sumergirme en una incontrolable pasión y un deseo animal que jamás había sentido. Una locura pasional que me arrastraba hacia dónde él quería. ¿Cómo lo hacía? ¡Maldición! Lo odiaba por eso. Me quitaba el control cuando me tocaba. Me robaba la cordura, me desquiciaba. Me molestaba que tuviera poder sobre mí. Sabía que lo odiaba y que no lo soportaba. Y, de repente, sentía que lo amaba.
En la cama era su musa, su morbo, su fantasía sexual. En la vida, era su amor. Su amor por mí me hacía amarlo, me llenaba, me daba equilibrio y felicidad. ¿Cómo podía ser tan perfecto? ¿era real? ¡No era perfecto! A veces, no me gustaba. No me daba risa lo que a él le parecía gracioso, ni la mayoría de sus chistes tontos.
La mayor parte del tiempo ni siquiera soportaba sus historias tediosas y hasta dramáticas. ¡No me gustaba! Pero, él se aguantaba con paciencia mis estúpidas historias, mis malcriadeces, mis chistes que nunca entendía. Lo soportaba todo con una sonrisa, una tierna mirada y un beso que me callaba. ¿Por qué yo era tan egoísta? ¿Por qué no lo podía tolerar igual? ¡Porque yo no estaba enamorada! Entonces, ¿por qué no soportaba pasar cinco minutos sin saber de él? ¡CINCO MINUTOS! y lo extrañaba.
Estaba enferma, algo estaba mal en mi cabeza.
Todo cambiaba en mí: mi comportamiento, mis actitudes y hasta mis sonrisas que se hacían cada vez más sinceras. Y, sin embargo, cuando sentía que alguien lo podía notar, trataba de ocultarlo. Me creía una experta disimulándolo cuando todos los notaban, en realidad.
No entendía qué me pasaba, no lo podía explicar, pero... comenzaba a gustarme. Sin darme cuenta, mi sueño me regalaba emociones que nunca había comprendido... Eso de los celos que me parecía tan absurdo, lo comprendí cuando lo vi mirando a otra: ¡Lo quería matar!
Si no me gustaba tanto, ¿por qué lo quería sólo para mí?. ¡Qué equivocaba estaba, ¿verdad?!
Siempre viví detrás de una pared que me alejaba de sentir… Llegué a confiar tanto en él y en su amor por mí que me entregué sin darme cuenta. Salté la pared y llegué descubierta a un mundo del que me cuidé todo el tiempo porque creía conocerlo. Pero, no tenía idea. Ni tenía idea de lo que me esperaba.
Ya no me importaba que no me gustara, sabía que estaba enamorada. Sabía que habían sido sólo excusas para no cruzar la barrera, porque simplemente, en el amor, era una niña completamente indefensa.
Perdí, aún más, mi cordura el día que noté que amaba verlo celoso, que me excitaba verlo molesto, que adoraba que perdiera la razón por mí. ¿A qué jugaba? Porque parecía un juego muy despiadado y sádico: Entre más dolor sintiera o le hiciera sentir, más quería estar ahí.
No podía evitar fascinarme por el control que a veces lograba ejercer en él: Sabía que lo manipulaba. Un gesto, una mirada, una palabra y ¡hacía lo que a mí se me viniera en gana!
Sin embargo, lo que nunca vi era cuánto me manipulaba él a mí... En nuestro juego, siempre fue él la víctima y yo la maldita victimaria. Él quién quería más y yo la mala. Llegó, incluso, un punto en el que me lo creí. De haber sabido cuál era la verdad en ése sueño, no hubiese sido la pobre tonta que fui.
Cuando supo que ya me tenía dónde quería, ¡me dejó! Pero, realmente, no me dejaba, me seguía manipulando... ¡Cómo disfrutaba mi dolor el muy maldito sádico! Entre más le rogaba, más se alejaba. Pero, si pasaba un día sin decirle nada, me buscaba. Apenas me levantaba, me hacía caer otra vez. ¡Lo disfrutaba! Y yo lo sabía y lo dejaba. Todas esas sonrisas y buenos ratos que me regaló me los estaba cobrando con creces.
En mi cuerpo, sólo se sentía ahora un inmenso vacío y un terrible dolor. Si bien era algo emocional, comenzaba a sentirse físico. ¡Dios, cómo dolía!
Así pasaban mis días: unos con llanto, otros no; unos con sonrisa, otros no... Días de rabia, de rencor, días en los que me daba por vencida, días en los que luchaba por recuperar su amor.
¡Días, malditos días! Cómo odiaba cada día... ¡Odiaba cada día sin él! Y, ahora también, odiaba cada día que había pasado a su lado. De no haber pasado ningún día a su lado no estaría viviendo este tormento que me dejó, este desencuentro, este desamor.
Los días se llenaron de rencor, de repudio, de asco, de un amargo sabor: De soledad.
Si me desaparecía de su vida, me buscaba. Si me acercaba, me pateaba. ¿Cómo podía hacer tanto daño y seguir jugando a ser la víctima? ¿Qué había en su cerebro despiadado? ¡Nada malo! Mucha inteligencia y un gran deseo de dañar, tan bien disfrazada su maldad que hasta él mismo se creía su falsedad.
Lo que comenzó como un sueño bonito se convertía ahora en una verdadera pesadilla. De esas que no te dejan respirar, que te hacen dar mil vueltas en la cama y te ponen a sudar. De esas que jamás abandonan mis noches y que se repiten cada vez que les da la gana. De esas que me hacen extrañar el insomnio y que, por una par de días, hacen que le tema a la cama.
Sin villano definido, sin saber quién era peor. Si yo que te quise sin querer o tu que fingiste quererme. Si yo que no di tanto como tú pero, lo que di fue real; o tú que fingías un orgasmo y me decías ‘te amo’ cuando no estabas seguro de lo que sentías en verdad. Si yo que te hice daño pero te miraba a los ojos y te decía la verdad o tú, que con tu perfecta actuación, me hiciste creer que eras el mejor.
El recuerdo de lo que fuiste me seguía, el presente me dolía y el futuro se hacía inconcluso sin ti. Extrañaba lo que me habías dado, lo quería de vuelta pero, ya no te quería a ti. No te quería más porque me habías destrozado. Pero, más que eso, habías destrozado mi orgullo, habías destruido ese escudo que me protegía y comenzaba a odiarte por ello.
Y, si en algún momento, dejaba de odiarte, salía de mi cuerpo el recuerdo de lo que una vez fui antes de conocerte a ti, salía ése ser que, sabiamente, me mantenía alerta y con malicia. Salía para recordarme que te tenía que odiar, salía para azotarme vilmente por haberte creído, por haber cometido el error de dejar mi razón en un rincón; harto de mi ingenuidad disfrazada de maldad, harto de mi debilidad aún cuando siempre supe que nada de lo que decías podía ser verdad; ¡harto de mí!
Harta estaba yo; ahogada en sentimientos que no podía definir. Harta de sentir y no sentir, de querer y no querer, de odiar y amar. ¡Harta de tu recuerdo! Harta de tus besos, harta de tus caricias, harta de los orgasmos que me diste. Tan harta que no tenía inspiración ni para masturbarme, tan harta que recurría al porno para tocarme y al acabar, en vez de una sonrisa placentera,  obtenía una lágrima.
¡Tan harta y tan vacía! Tan llena de rabia, de dolor, de decepción… Pero, ¿de quién estaba decepcionada? ¿De ti? ¿De mi? ¡De los dos! De ti por irte de mí, de mí por haberte querido perseguir.
¿Por qué aferrarme tanto a alguien que se quería ir?, ¿por qué seguir deseando estar con alguien que dejó de ser especial para ser mortal?, ¿por qué quería que regresara si sabía que ya no lo quería en mi vida porque no lo podía perdonar?
¿Venganza? ¿Acaso me las quería cobrar? O, ¿realmente lo extrañaba? Sí; lo extrañaba, lo quería. Pero lo odiaba, ya no lo podía perdonar.
Mis preguntas seguían latentes y sin respuestas, aparentemente. ¿Para qué quería que regresara? Y, si era venganza, ¿qué se suponía que iba a hacer?
Siempre me quisiste hacer ver como la mala, ahora te iba a demostrar lo que era ser mala de verdad. Lo reconocía: estaba sedienta de venganza. Así como tú me cobraste las sonrisas que me regalaste un día, yo te iba a cobrar cada lágrima que había derramado por ti. Te quería devolver con bonos esos días en los que me hundía en tu recuerdo y me enloquecía de dolor porque no te tenía. Te iba a regalar mi dolor, pero multiplicado. Al fin y al cabo, si a ti no te había importado cuando te llamaba llorando, suplicando, dejando en evidencia mi dolor: ¿Por qué habría de importarme a mí, ahora, joderte la vida y romperte el corazón?
Así empezó la parte divertida de mi sueño: la parte dónde otra vez el poder lo ganaba yo. Una dulce venganza, un dulce sabor. Se iba el vacío, llegaban las sonrisas de satisfacción. Planificaba los actos y las frases que te causaran más dolor, desesperación, celos, rabia y decepción.
Pero, en ése momento, una lágrima de mi cuerpo se salió…
Ése ardor que dejaba en el camino, me despertó: Estaba bañada en sudor, con lágrimas en mi rostro y un vacío en mi interior. Qué sueño tan aterrador, ¡me descompensó!
Me levanté tambaleándome.  Fui al baño, me lavé la cara, me miré al espejo, me dije “ya pasó” y regresé a mi habitación…
¡Qué sorpresa cuando encendí la luz! Él estaba en mi cama, dormido, con una sonrisa dibujada en el rostro, completamente desnudo. Se veía hermoso.
¡Lo recordé! Lo había conocido anoche y ni siquiera sabía su nombre…

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